Según palabras del propio Gerard Mortier, "a menudo el espacio teatral degenera en pura decoración que ilustra la acción en lugar de interpretarla. De ahí mi permanente empeño en que sean reconocidos artistas los que se encarguen de las escenografías. Con Anselm Kiefer llega al espacio del Teatro Real uno de los mayores genios de nuestro tiempo. Cargando sobre sus espaldas él mismo, como Electra, el peso de una trágica historia europea, con dos guerras mundiales encima, es el artista plástico ideal para elaborar la historia ligada a la guerra de Troya. La monumentalidad y la desolación imposibilitan cualquier contacto emocional entre los personajes: sólo existen la obsesión por la venganza, el placer frente a la humillación del contrario, la destrucción de cualquier sentimiento lírico; el deseo de maternidad de la hermana menor Crisotemis y el reencuentro con el hermano Orestes se descalifican como desviación sentimental.
Cuando Hofmannsthal escribe su Elektra ya no cree que su época final tenga fuerza para sobrevivir. La desesperación y el adoctrinamiento empujan a la heroína al puro delirio. En esta situación, ya sólo se desea, en un estado de absoluto autodesprecio, estallar en medio de la multitud, gritando de júbilo por realizar una así llamada acción heroica.
Anselm Kiefer logra crear este espacio desolado de destrucción humana, estableciendo al mismo tiempo el punto de contraste con la arquitectura de la música de Strauss: también la música tonal ha llegado a su época final. Este mundo carece de perspectivas al igual que la escenografía de Kiefer”.