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Del gas a la electricidad

Las historias del Real - Capítulo 6
La historia del Teatro Real contiene pasajes dignos del libreto de alguna de las grandes óperas que han sido representadas sobre su escenario.
Con motivo de la celebración de su Bicentenario (1818-2018), rescatamos algunos de los momentos únicos -desde acontecimientos históricos hasta geniales curiosidades- que se han vivido en esta casa de la ópera.
En 1855 se produjo un reventón en las conducciones de gas (nadie dijo si dentro o fuera del teatro) que provocó un apagón. El personal del teatro consiguió acabar la función de Roberto il diavolo iluminando la escena y al público con bujías y hachones. No se produjo ningún incidente, por lo que el escape de gas debió de tener lugar lejos del Real.
El incendio del Teatro del Conservatorio, dentro del edificio del Real, en la fachada de la plaza de Isabel II, se achacó siempre a un escape de gas, pero en realidad nunca se supo con certeza la causa. Fue el único incidente de importancia que tuvo el teatro en toda su historia. La iluminación de gas era el sistema más seguro de todos.
En enero de 1881 se realizó el primer experimento con iluminación eléctrica. El empresario José Fernando Rovira importó de París tres «soles eléctricos». Eran focos de arco voltáico, que convivieron con el suministro de gas sin provocar ningún accidente. Colocaron uno sobre la escena, otro en la lucerna central y otro en el zaguán de la plaza de Isabel II. Se instalaron, como novedad, para los bailes de carnaval, y eran del modelo Sun Burner de la casa Strode & Co. de Londres. Costaron 12.000 pesetas.
En junio de 1888 se adjudicó a la Sociedad Matritense de Electricidad la instalación y mantenimiento del alumbrado eléctrico del Teatro Real, por un importe de 55.000 pesetas al año. Se instalaron cuatro arcos voltáicos y 2.796 lamparitas, con tres calderas de cien caballos cada una, que el pliego de condiciones especificaba que debían ser «tubulares e inexplosibles». Cuatro meses después, el nueve de noviembre, la instalación estaba terminada y se hacía la prueba oficial en presencia del gobierno y con José Echegaray en su calidad de presidente de la comisión de alumbrado. La orquesta del teatro interpretó las oberturas de Guillermo Tell y La forza del destino para amenizar el acto.
La prensa describía la instalación: «Cuatro dínamos Brown (que vomitan por sus escobillas un torrente eléctrico de 100 voltios o más si se quiere), acopladas a dos máquinas de vapor de 70 caballos y 350 revoluciones, alimentadas por tres calderas Babcock Wilcox instaladas en el sótano». Alimentaban dos mil lámparas de 12 o 20 bujías. Al final de temporada no se había producido ningún apagón. Y tampoco en esta ocasión salió ardiendo el edificio, cosa casi milagrosa si tenemos en cuenta que la electrificación se había conseguido gracias a la instalación de una mini central térmica en los bajos del teatro.
Los problemas llegaron cuando se abandonó la generación interna de electricidad y se conectó el Real a una central eléctrica exterior. El suministro llegaba al tejado del teatro y la distribución interna se realizaba aprovechando los canalones de las cubiertas. En poco tiempo los cables recalentados fundieron los canalones metálicos y provocaron un efecto doble: apagones y goteras.
En 1891 se retiraron definitivamente las conducciones del gas. Tres años después, Isaac Peral propuso suministrar al Teatro Real una batería capaz de alimentar la totalidad del alumbrado durante cada representación. Se evitarían así los apagones por los fallos de suministro desde las fábricas de electricidad y, sobre todo, por fallos en los cables de distribución. La propuesta interesó mucho a los empresarios, pero la muerte de Isaac Peral en Berlín en mayo de 1885 impidió que se concretara.